“Hemos dicho muchas veces que lo haríamos mejor, pero no hemos cumplido. La biodiversidad sigue disminuyendo a un ritmo alarmante”, afirma Julia Fa, investigadora asociada sénior en el Centro para la Investigación Forestal Internacional y Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF). Esa dura realidad ayuda a explicar y justificar la urgencia detrás de la adopción del Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal. Pero antes de explorar nuevas soluciones, vale la pena detenerse un momento para dimensionar la magnitud de la crisis.
- Un millón de especies están en riesgo de extinción. Desde 1970, las poblaciones de fauna silvestre han disminuido un 69 % a nivel mundial.
- La deforestación continúa a un ritmo alarmante, con una pérdida estimada de 10 millones de hectáreas de bosque al año entre 2015 y 2020.
- El cambio climático está agravando la pérdida de biodiversidad, desatando huracanes, inundaciones, sequías e incendios cada vez más severos.
Estas presiones están llevando a la naturaleza al límite, y lo que está en juego no podría ser más crucial. Las metas de biodiversidad no consisten únicamente en proteger especies raras o paisajes pintorescos, la biodiversidad es el pilar de los sistemas alimentarios, los ciclos del agua, las economías y el bienestar humano. Invertir en la restauración de la naturaleza genera beneficios diversos y tangibles, desde servicios ecosistémicos más robustos y una mayor resiliencia climática hasta medios de vida más sostenibles para las comunidades locales.
Sin embargo, a pesar de una creciente conciencia, los esfuerzos de conservación siguen estando subfinanciados. Entonces, ¿por qué la conservación no ha avanzado al mismo ritmo de la crisis?
El financiamiento para la conservación siempre ha existido, proveniente de programas gubernamentales, donaciones filantrópicas y esfuerzos de organizaciones sin fines de lucro. Estos han desempeñado un rol significativo, pero no han sido suficientes frente a la magnitud de la crisis de biodiversidad.
Según el informe Financing Nature, de Deutz y otros (2020), la brecha de financiamiento global para la biodiversidad asciende a unos 700 mil millones de dólares al año. Depender de donaciones voluntarias, fondos gubernamentales inestables y ayudas de corto plazo ya no es viable, y resulta insuficiente para contrarrestar los factores sistémicos que impulsan la pérdida de biodiversidad (OCDE, 2020). Estas fuentes son vulnerables a vaivenes políticos, recesiones económicas y fenómenos ambientales extremos, como quedó dolorosamente claro durante la pandemia de COVID-19, cuando se desplomaron los ingresos por turismo vinculados a la conservación (PNUMA, 2021).
Si los enfoques convencionales no son suficientes, es momento de considerar alternativas nuevas.
¿Qué son los créditos de biodiversidad y cuál es su potencial?
Aunque el concepto no es del todo nuevo, los créditos de biodiversidad siguen siendo poco conocidos y comprendidos. En esencia, son instrumentos financieros que conectan el capital privado con resultados tangibles de conservación. Un crédito de biodiversidad representa una unidad verificada, medible y basada en evidencia, que genera un beneficio para la biodiversidad, sostenible y adicional a lo que ocurriría de forma natural.
¿Por qué importa esto? Por un lado, se estima que los ecosistemas naturales generan un valor de 125 billones de dólares cada año. Solo los bosques sustentan los medios de vida de más de 1000 millones de personas en el sur global. Además, por cada dólar invertido en restaurar la naturaleza, se generan en promedio 9 dólares en beneficios económicos.
Los créditos de biodiversidad no buscan solo poner un valor monetario a los ecosistemas, sino construir una infraestructura financiera capaz de proteger la naturaleza a gran escala.
Para comprender el potencial (y la complejidad) de los créditos de biodiversidad, es útil aclarar algunos conceptos clave.
Primero, los créditos de carbono. Aunque los créditos de biodiversidad se inspiran en este mecanismo más establecido, su propósito es distinto. Los créditos de carbono se relacionan con la reducción o remoción de gases de efecto invernadero (medidos en tCO₂e). Los de biodiversidad, en cambio, buscan proteger especies, restaurar hábitats y preservar la integridad ecológica.
Segundo, las compensaciones de biodiversidad. Estas implican reparar la pérdida de biodiversidad causada por actividades de desarrollo, normalmente bajo mandato legal. Por ejemplo, una empresa minera puede estar obligada a financiar esfuerzos de conservación equivalentes en otro lugar. En estos casos, los créditos de biodiversidad pueden funcionar como moneda de compensación. Pero la biodiversidad es altamente dependiente del contexto y difícilmente intercambiable. Por eso, prácticas como destruir 10 hectáreas de bosque primario en un país y compensarlas con cinco créditos comprados en otro lugar resultan altamente controversiales.
Aquí es donde surgen las preocupaciones sobre el greenwashing. Sin salvaguardas sólidas, los créditos de biodiversidad pueden convertirse en herramientas para legitimar la destrucción, en lugar de prevenirla.
Entonces, ¿quiénes compran y venden en este mercado emergente?
En la oferta se encuentran comunidades locales, Pueblos Indígenas y organizaciones campesinas, quienes a menudo lideran la conservación en el territorio. En la demanda están empresas que buscan reducir su huella ecológica, instituciones financieras, gobiernos, filántropos y consumidores. Algunos actores del mercado de carbono también están incursionando en el de la biodiversidad. Estos compradores se ven motivados por regulaciones, responsabilidad ética y presión de inversionistas.
En conjunto, están moldeando un mercado naciente que podría traer beneficios ecológicos y económicos significativos, si se diseña y regula adecuadamente.
Ecosistemas tropicales: bancos de prueba para los créditos de biodiversidad
Algunos de los ecosistemas más ricos en biodiversidad (y también de los más vulnerables) del mundo se encuentran en los trópicos, y podrían ofrecer el escenario ideal para poner a prueba cómo funcionan los créditos de biodiversidad en la práctica.
Pensemos en la región de Rupununi, en Guyana; el paisaje de Yangambi, en la República Democrática del Congo; y la periferia de Dja, en Camerún. Todos son puntos críticos de biodiversidad donde el financiamiento para la conservación podría tener un impacto transformador. Con ese fin, la Unión Europea está apoyando el componente de biodiversidad del programa de Manejo Sostenible de la Vida Silvestre (SWM), una iniciativa orientada a desarrollar métodos estandarizados y rentables para monitorear la biodiversidad en estas regiones.
Al combinar herramientas de vanguardia como el ADN ambiental (eDNA) y la inteligencia artificial con el conocimiento indígena, esta iniciativa establece las bases para sistemas de créditos de biodiversidad sólidos y confiables. Estos créditos podrían financiar iniciativas como la conservación del jaguar en Rupununi, la protección de sumideros de carbono del Congo en Yangambi o la restauración de manglares en Dja, todas lideradas por las propias comunidades locales.
El respaldo de la Unión Europea refleja una creciente confianza en los créditos de biodiversidad como herramienta para alcanzar objetivos globales de conservación, incluida la meta 30×30. Si se diseñan y gestionan adecuadamente, podrían convertir ecosistemas de alto valor en oportunidades de inversión sostenibles.
¿Esto realmente podría ser posible? ¿Sería algo bueno o malo? Queda mucho por analizar.
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